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domingo, 3 de noviembre de 2013

Entrevista a Anthony Giddens: «Ya no hay utopías a la vuelta de la esquina».

Aunque desde el equipo editor de Refugio Sociológico tenemos serias diferencias con la teoría de la "tercera vía" que plantea Giddens junto a otros autores, la cual consideramos que ayuda a legitimar y fortalecer el neoliberalismo, publicamos esta entrevista al sociólogo británico por su actualidad e interés en los temas que preocupan a las Ciencias Sociales.

Aquí os la dejamos:


Periodista: —¿Cuál es el argumento definitivo sobre la necesidad de más Europa?

Anthony Giddens: —Yo soy proeuropeo porque Europa unificó a un continente en guerra, y ese proyecto no ha perdido su relevancia. Hace no tanto tiempo hubo un nivel brutal de destrucción en el centro del continente, y tenemos todavía el reto de integrar a los Balcanes. Esta legitimidad pública es para mi un factor muy importante. En segundo lugar, está la prosperidad económica. En este momento decirlo parece algo perverso, pero el mercado único aporta un 2,2% de PIB adicional a los Estados miembros con un reparto bastante equitativo, incluso durante la crisis.

—Son los viejos argumentos de la misión histórica y el mercado común...

—Vivimos en un mundo dirigido por las narrativas de los poderosos. Deberíamos olvidarnos de todo ese discurso sobre el poder blando de Europa. Europa no puede ser solo un poder blando. No podemos contentarnos con afirmar que Europa está a la vanguardia de una incipiente forma de gobernanza global, porque no existe. Europa debe aspirar a asumir poder en materia medioambiental, en materia empresarial. La pregunta sobre Europa es si puede desarrollar nuevos mecanismos de integración para ser una potencia significativa en la arena mundial. Europa es un proyecto inacabado. Que la UE se estanque, o que se desintegre, es para mi una posibilidad. Y yo quiero crear lo primero. Europa debe participar en el diálogo global con una poderosa sola voz...

—Pero, ¿para decir qué? ¿Cuál es la narrativa europea?

—Participar en la construcción de un mundo mejor en muchos aspectos. Que Europa hablara con una sola voz en la cumbre de Copenhague sobre cambio climático fue muy importante, aunque luego fue excluida. Sin esa voz, quedaríamos marginados y a la deriva en un mundo de cambios espectaculares. Muy poca gente es consciente de cómo esos cambios transforman nuestras vidas.

—En este mundo en el que usar iPhone o Android nos determina más que muchas otras consideraciones, ¿tiene sentido hablar de izquierda y de derecha?

—Sí, las ideologías todavía importan. Y lo ideal sería ver reflejadas en el sistema político europeo las divisiones entre izquierda y derecha que encontramos en el ámbito nacional. No tienen la importancia de antes porque ya no hay utopías a la vuelta de la esquina, y porque hay muchos asuntos que no son cuestión de izquierda-derecha. Pero las ideologías siguen siendo un principio axial de la política. Y sería mejor si hubiera partidos políticos europeos significativos.

—¿Ha fracasado la Europa social de la socialdemocracia a la luz de esta Europa de la austeridad?

—Bueno, habría que empezar diciendo que el capitalismo ha fracasado, porque ha sido el capitalismo a escala global el que ha provocado esta crisis principalmente. Detrás de ella está la emergencia de una nueva forma de capitalismo financiero global, y no se puede culpar a la socialdemocracia de ello. No es solo la socialdemocracia la que intenta acomodarse a unos niveles de interdependencia sin precedentes. Sigue habiendo diferencias fundamentales entre los valores de los fundamentalistas del mercado en la derecha y los socialdemócratas. Y son los fundamentalistas del mercado los que han perdido la discusión.

—Dice que en los próximos seis meses se jugará una «batalla por el futuro de Europa», ¿veremos el ascenso de los populismos y la derrota de las ideologías tradicionales?

—En los próximos seis meses hasta las elecciones europeas debe producirse el debate necesario, porque si no los populistas y los euroescépticos dominarán la conversación. Son más atractivos para los medios, tienen representantes más pintorescos, y apelan a las emociones de muchas personas ante el estado de este mundo. Necesitamos un mayor activismo de la parte de los europeístas de todas las tendencias para forzar a los euroescépticos a decir lo que defienden y no solo lo que critican, a definir el tipo de mundo que quieren. Si quieren una Europa de estados-nación deben decirlo para que podamos discutir sus implicaciones.

—¿Saldrá el Reino Unido de la UE?

—El Reino Unido corre un serio peligro de salirse de la UE. Sería un ejemplo clásico de «ten cuidado con las cosas que deseas». Creo que la mayoría de los británicos no entienden el ajuste que implica, supondría un replanteamiento total de la identidad del país. Para ser viable económicamente fuera de la UE Gran Bretaña tendría que ser como Canadá o Taiwán, países muy activistas en el mundo y orientados al exterior. Y no es el caso de la Gran Bretaña actual, que está atrapada en una especia de nostalgia post-imperial. Los británicos y los franceses son incapaces de desprenderse de su molde imperial. No queremos ver que un país como Israel podría derrotar a toda Europa si no fuera por la OTAN. Los británicos deben tomar una decisión de tal magnitud con toda la información, y no solo con el mensaje a medias. Existe el riesgo de que Gran Bretaña se aleje de la UE sin que la opinión pública comprenda lo que está en juego.


—Pues parece que los populistas han copado el escenario...

—Sí, no entiendo por qué los únicos que hablan con pasión sobre Europa son los que no creen en ella. Que los euroescépticos y los populistas lleguen a dominar el Parlamento europeo o, al menos, a paralizarlo, sería una tragedia para Europa. Los pro-europeos deben llevar su mensaje a los europeos de forma apasionada.

—En relación a la inmigración, uno de los ingredientes del discurso del miedo de los populistas, no veo que los partidos pro-europeos estén transmitiendo un mensaje propio...

—Aquí entra en juego de nuevo la dinámica entre izquierda y derecha, porque no veo a la derecha extrema interesada en el cosmopolitanismo. Están en contra de lo cosmopolita.

—Pero tienen su propia narrativa, y los demás no...

—Sí, pero no tienen una narrativa positiva, sino un mensaje muy negativo. Y si pensamos en cómo gestionar una sociedad hiper-diversa, la respuesta hay que encontrarla en corrientes más liberales y más progresistas, creo. El multiculturalismo es un término caduco propio de un tiempo en que la inmigración era solo física, ahora la diversidad es física y tecnológica. Vivimos en un mundo de hiper-diversidad. Una ciudad como Londres es un espacio muy diverso que funciona con éxito, con muy pocas zonas prohibidas como las que encuentras en París o en Chicago. Londres va mejor que el resto de Gran Bretaña precisamente gracias a la mayor presencia de inmigrantes. ¿Por qué no puede el resto de Europa ser así? Uno de los motivos del estancamiento de Japón durante dos décadas es que es una sociedad demasiado monolítica, no les gustan los extranjeros.

—¿Girará la nueva gobernanza global en torno a un G-2 compuesto por EE.UU. y China?

—No lo creo. No sabemos aún cuál será la trayectoria de estos dos países en los próximos diez años, pero creo que la hipótesis de que el siglo XXI vaya a ser el siglo asiático está por ver. China ha logrado avances impresionantes pero tienen muy serios problemas de deuda o de estructura demográfica. Deberíamos evitar la idea de que solo la UE tiene problemas estructurales. En los próximos años veremos una cooperación intensificada entre las grandes regiones y los grandes países, en el G-8 y el G-20 pero también en otras organizaciones. En materias como el cambio climático, por ejemplo, no basta con una solución en ese G-2.

—Cree que las negociaciones comerciales en curso entre la UE y EE.UU. pueden ser una «reconstitución parcial de Occidente», ¿está en riesgo ahora por el escándalo de la NSA?

—No, no va a ponerse en riesgo por eso. Las dudas están en si los dos bloques serán capaces de alcanzar acuerdos en los asuntos que les separan, como las patentes, o algunas políticas europeas como el principio de precaución que la UE aplica a los cultivos genéticamente modificados, o la «excepción cultural» francesa. Además, requerirá la aprobación del Congreso de EE.UU., que podría ser también un obstáculo. Pero si ocurre, y yo lo defiendo, sería la mayor transformación en la economía mundial, y una reconstitución de Occidente no en un sentido elevado, sino en el hecho de que añadiría una porción sustancial de PIB a ambas economías.

—¿Qué impacto tiene la era digital en todo esto?

—Internet supone la mayor transformación secular de los últimos cien años, y no tenemos ni idea del alcance que tendrá el cambio. Estamos en terreno desconocido en muchas áreas. La crisis financiera no ha sido como la de los años 30, ha sido algo mucho más global. Los riesgos y las oportunidades se combinan de una forma mucho más problemática que en cualquier civilización anterior. Todos los países luchan en estos momentos por redefinir su identidad.

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